Siendo una noche un tanto fría, con restos de gotas de lluvia que aun se resbalan por la ventana de mi habitación, vi como se empañaba al fondo un sol agonizante, que era abrazado con un fuerte abrazo con más sabor a viento, prediciendo una noche triste, una noche con estrellas que llora a alguien que no desean que se marche. No te vayas.
Baje a la cocina, tome un poco de los restos de una bebida oscura que tenía un fuerte sabor amargo, y mientras pasaba regalando una ultima mirada al jardìn que besaba las flores del otro jardìn vecino, escuhé una última bandada de aves que cantaba mientras regresaba al nido del arbol de jacaranda, que habían adoptado como hogar.
Ya de nuevo en mi habitación, volví a sentir nostalgia por años pasados y busqué el cuaderno rojo. Este era un sitio donde guardé historias inconclusas, intentos fallidos de poeta, pero más historias breves, que hablaban de lo mal que se me da la jardinería y lo bien que se me da tomarme el ultimo vaso de jugo del congelador.
Y ahí estaba otra vez. De nuevo. Con la mano temblorosa, que apenas sostenìa un plumón de tinta negra, mis ojos a penas lograban ver y no era por la oscuridad y que tenía cerca de mi mano la luz de la mesita de noche, creo que se empañaban mis ojos por restos de lluvia, y por los recuerdos atrapados de un par de mensajes que se venìan a mi mente.
Era ya de madrugada, a muchos kilometros, con un poco de calor y con una dosis justa de soledad... Un poco de dolor, tal vez lagrimas, tal vez más decepciones, puede que sea un poco de muchas sensaciones, puede que sea no creer en personas que pasan una sola vez en la vida...
Me quede esperando toda la noche, porque el dìa siguiente aún no comenzaba, a penas aquí era noche, pero en los famosos jardines de Toscana, en la habitaciòn blanca de la mujer con piel de copos de nieve, habìa solo un pensamiento, había algo que por más que quisiera decifrar, no hallaría ni con papiros antiguos encontrar su significado. Solo era ella como siempre lo había sido, la chica con la que una vez soñé que tomaba a la luz de una chimenea aún humeante. Te vi entonces sentada en esa banca de hierro forjado, con sonidos de aves silvestres de fondo y una que otra ardilla jugando, a pesar de no ser epoca de ellas.
Entonces escribí en mi cuaderno rojo:
"No quiero que te vayas... Regresa pronto".
P. D.: ¿A que sabrá un espagueti con mejillones?